En mayo de 2011 el gobierno de Sinaloa hizo gala de sus convicciones totalitarias y al más puro estilo de aquí mando yo porque puedo y porque si, prohibió los narcocorridos bajo el siempre útil argumento de que enaltecen “criminales, conductas antisociales y/o actividades ilícitas”.
Y es que a los habitantes de la tierra del Chapo y el chilorio no les basta la impunidad con la que se mueven los capos, las grandes mansiones que todos saben donde están (todos menos la autoridad, claro), las imponentes camionetas que circulan por todos lados llenas de gente con costosos relojes y ostentosas joyas; no, nada de esto les basta para animares a entrarle a la maña. Lo que necesitan para convencerse es un narcocorrido.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación no compartió esta inquietud del gobierno y echo para abajo la prohibición de los narcocorridos, o corridos sobre el crimen, en bares, cantinas y centros nocturnos de la entidad, declarando inválido el Reglamento de la Ley Sobre Operación y Funcionamiento de Establecimientos Destinados a la Producción, Distribución, Venta y Consumo de Bebidas Alcohólicas.
Los ministros señalaron que el decreto emitido en mayo de 2011 por el gobernador Mario López Valdez es inconstitucional debido a que “se excedió en el ejercicio de sus atribuciones” tomando decisiones que le corresponden al Poder Legislativo del estado.
Aunque no fue lo que motivó el fallo, la decisión es un golpe a las buenas conciencias que se empeñan en decidir por los ciudadanos lo que está bien o mal que escuchen, lean, vean o piensen.
Bajo el criterio de las autoridades de Sinaloa la Cucaracha o el mismísimo himno nacional deberían prohibirse pues ambas son obras de violencia que enaltecen criminales, conductas antisociales y/o actividades ilícitas. La primera el consumo de marihuana, el segundo la guerra.
Siempre he creído que el censor, al censurar, tiene más miedo de lo que lo censurado despierta en él que de lo que despierta en los demás; como el león que los cree a todos de su misma condición.
Es fácil renunciar a la libertad en aras de la seguridad, pero un pueblo que lo hace no es ni libre ni seguro.
Alberto Mansur.
Abogado