La noche de los amigos de siempre

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Macabim jazak; Jazak ve’matz

Teníamos años de no reunirnos. Ayer, una fiesta fue el catalizador que nos juntó de nuevo. No era una fiesta cualquiera. Eran los 50 años de Macabi Hatzair, el movimiento juvenil en el que hace tanto nos encontramos y nos escogimos como hermanos.

Macabi fue determinante en la vida de todos nosotros. En mi caso fue donde lo extraordinario era cosa de todos los días, donde aprendí juegos como hoyitos y burro 16 que sólo los macabeos sabemos jugar, donde fantaseaba a ser Rambo, donde podía escalar una montaña solo para ver desde arriba el campamento cubierto de nubes.

Macabi fue, sobre todo, donde encontré a los amigos de toda la vida.

La vida se encargó de desperdigarnos en nuestros caminos. La universidad, el trabajo, las parejas, los hijos; los hilos todos con los que tejemos lo que vamos siendo, que nos acerca a unos y nos aleja de otros.

Y ayer todos como si nada.

Nos reencontramos como los que no se han despedido. Las bromas, los chistes, las anécdotas y las risas de antes; el cariño de siempre. Retomamos nuestras conversaciones casi en el mismo enunciado en que las dejamos.

Unos, yo por ejemplo, con pelo de menos y kilos de más, otras más guapas de lo que eran cuando se tomaron las fotografías que hoy adornan la pared, pero todos somos los mismos. El tiempo ha dejado en nuestros rostros la marca de su paso pero nuestra amistad es tan fresca como el agua del río y los abrazos que nos damos son, si acaso, más limpios y sinceros que hace años.

Ayer fue nuestra noche, la noche de los macabeos de ayer y hoy. Fue la noche de los amigos de siempre.

Nada más revolucionario que una idea.

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Vivimos enamorados de las revoluciones equivocadas. Guerras civiles que festejamos como si fueran catalizadores de cambio que hayan traído beneficios a nuestros países, a nuestra sociedad.

La revolución mexicana, la francesa, la cubana, la iraní, la china, la rusa; todas estas, todas las demás, no son verdaderas revoluciones sino guerras civiles que lo único que trajeron fue un cambio de quién gobierna a quién y sangre, mucha sangre.

Nunca, sin embargo, celebramos las ideas.

No hay nada más revolucionario que una idea, son las que cambian al mundo.

¿Cuántos países tienen un monumento a la manzana que golpeó a Newton e inició la idea de la teoría de la gravedad? ¿En dónde y cuándo se festeja el paseo en velero que inspiró a Einstein para desarrollar la teoría de la relatividad? ¿Cuántos desfiles patrios hay para celebrar la Declaración de los Derechos del Hombre?

¿Quién celebra a Gutenberg y su imprenta, Copérnico y su telescopio, Fulton y su motor de combustión interna, Kelsen y su Teoría Pura del Derecho, Rousseau y el contrato social, Diderot y la enciclopedia, Johnson y el diccionario, Hefner y Playboy, Jobs y el iPod, Gates y Windows, Aristóteles y la lógica, Picasso y el cubismo, los Beatles y She Loves You, Sun Tsu y el Arte de la Guerra, Moises y sus tablas, Freud y el psicoanálisis, los Lumiere y el cine, los Wright y el avión, Chuck Berry y la guitarra eléctrica?

Todos ellos, todos, tuvieron una idea.

Incluso las tan celebradas y conmemoradas guerras civiles son producto de ideas revolucionarias: el reparto agrario, la libertad sindical, el comunismo, la legalidad, fraternidad e igualdad.

El internet, la televisión, el mapa del genoma humano, el rock & roll, el impresionismo, el foco, la banda de ensamblado, el fonógrafo, el teléfono, el mercado de valores, el de derivados, la banca, el corazón artificial, el velcro, la penicilina, el Sermón de la Montaña, I Have a Dream, el Padrino, el Mío Cid; todos son producto de una idea que revolucionó al mundo.

Tal vez, si en vez de conmemorar fechas de batallas y nombres de caudillos festejáramos a las ideas, a los pensadores detrás de esas ideas y a las invenciones producto de ellas, poco a poco perderíamos el gusto por las guerras civiles y el glamour de la sangre derramada que no cambia nada y reconoceríamos que el cambio, el verdadero, el que trae bienestar y progreso no se da en las barricadas, no se logra con balas; se gesta en la mente y se da a luz con trabajo y tenacidad.

Instrucciones pa’ cuando me muera.

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Tengo 37 años y no siento a la muerte cerca pero, como la Flaca tiene por costumbre no anunciarse y, como uno siempre cree que es inmortal hasta que no, quise aprovechar éste día de muertos para dejar plasmado lo que yo quiero.

Cuando ese día llegue, mis seres queridos harán lo que les venga en gana, me queda claro, pero para que no se anden quebrando la cabeza pensando si esto o lo otro es lo que yo hubiera querido, aquí les dejó la guía de lo que sí y de lo que no quiero.

Lo primero es que me lloren el mínimo, minimísimo, indispensable y no más. Un poco de llanto limpia el alma y da consuelo. Un mar de lágrimas no sirve para nada, ni para beber siquiera, y si se pasan de tueste luego hasta se vuelve vicio. No les digo que no lloren, pero nomás poquito.

No me vayan a extrañar pues ni muerto me habré ido. Las personas que nos quieren viven en nosotros mientras los recordamos y a ustedes les he dicho siempre que, cuando me extrañen, sólo tienen que cerrar los ojos y mirar dentro de su corazón y ahí estaré. Toda su vida podrán tenerme ahí, mientras ahí me quieran.

Me gustaría música en mi entierro, Beautiful Day o Where the Streets Have No Name de U2 sería bueno, pero no estoy seguro que las reglas y el protocolo lo permitan. Si no se puede, pues ni modo, si si, ahí les encargo.

Antes de guardarme para siempre, por favor, donen todo lo que sirva de mi para alguien más. Mis ojos, corazón, pulmones, riñones, hígado, manos, uñas, TODO. Yo ya no lo voy a necesitar y puede ser la diferencia en la vida de alguien más.

Si vienen y les dicen que por cuestiones religiosas no se puede o que voy a estar incompleto cuando venga el Mesías les dicen que yo nunca he sido religioso y que ahí cuando venga el Mesías, si llega, ya veré yo como le hago; pero lo donan todo.

Les ruego que a la hora de echarme al pozo nadie que no me conozca haga uso de la palabra ni diga cosas de mi que ni sabe.

Si alguien va a hablar, que sea alguno de ustedes y que lo que diga no sea que ahora estoy con Dios o alguna de esas cosas sino que cuente un chiste, de preferencia uno que a mi me guste como el del changuito en la cantina o el del tipo al que persiguen los caníbales y luego, ya si quiere, que cuente una anécdota o una vivencia que hayamos tenido juntos.

Lo que si quisiera es que me pongan donde pueda sentir los rayos del sol, la brisa, la lluvia. Eso sobre todo, la lluvia. Que mi loza sea de algún material poroso o que al diseño le metan ingenio para que la lluvia le llegue a la tierra y en la tierra ya la sienta.

Si además puedo estar cerca de mis seres queridos que se hayan ido antes que yo o si pueden ir reservando para que los que se quedan me vayan alcanzando, más mejor.

Ya que estamos con el tema de la loza, les encargo que no sea nada ostentoso. Ni tablas de la ley o motivos religiosos ni garigoles que en vida nunca me han gustado. Así, sencillita, simple y sin un mensaje grupal redactado por un miembro oficioso de la familia diciendo lo bueno que fui y el ejemplo que puse y lo mucho que bla, bla, bla. Hay espació para todos así que cada quién ponga y firmé lo que quiera y sienta. Yo con un te queremos -así, en presente- tengo.

No sé si las leyes lo permitan pero si se puede echar algo ahí conmigo, déjeme una foto de mi esposa, de mis hijas, de mis padres, de mis hermanos; si los tengo, de mis nietos y de mis yernos. Déjeme también un libro, The Godfather, To Kill A Mockingbird, The Chosen o The Pillars of the Earth estarían de lujo.

Si alguna de mis novelas ve la luz del día, echenmela también.

Ya entrados en gastos, déjeme un Carlos V, no vaya a ser que me de hambre.

Mi duelo quiero que sea una pachanga de siete días. Que se reúnan en mi casa todos los que alguna vez me quisieron y todos los que quieren a los que me quieren. Que la pasen bien. Que cuenten chistes, anécdotas, historias, chismes también. Que nadie hable en voz baja.

Quiero que sirvan cerveza Indio, café turco y de olla, Vino de Piedra en la comida, vodka y todo lo que a mi me gusta tomar. Que den de desayunar pan de velorio, chilaquiles verdes y rojos, quesadillas de tortilla azul rellenas de huitlacoche y flor y que el jugo sea de mandarina -si es temporada- o de naranja pero exprimido, no de caja.

Quiero que los que sientan la necesidad de rezar, lo hagan y que los que no la sientan, que no lo hagan pero que acompañen a los que si para que junten minian.

Quiero que si un rabino va a decir algunas palabras sea un rabino que haya sido mi amigo y no alguien que sólo esté ahí por alguna otra razón.

Quiero que los que necesiten palabras de consuelo o de aliento las busquen en privado y que no hagan que los demás se las soplen pues los invitados vienen a pasarla bien.

Si dejo mucho dinero quiero que los usen para bien, que recuerden que a mi nunca me ha importado y que el dinero vale tan pero tan poco que hasta lo regalamos a los que lo necesitan.

Finalmente quiero que se quieran, que sepan que los he querido, que cada uno de ustedes ha sido especial y que si mi vida ha válido para algo es porque ustedes han sido parte de ella.

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