Vivimos enamorados de las revoluciones equivocadas. Guerras civiles que festejamos como si fueran catalizadores de cambio que hayan traído beneficios a nuestros países, a nuestra sociedad.
La revolución mexicana, la francesa, la cubana, la iraní, la china, la rusa; todas estas, todas las demás, no son verdaderas revoluciones sino guerras civiles que lo único que trajeron fue un cambio de quién gobierna a quién y sangre, mucha sangre.
Nunca, sin embargo, celebramos las ideas.
No hay nada más revolucionario que una idea, son las que cambian al mundo.
¿Cuántos países tienen un monumento a la manzana que golpeó a Newton e inició la idea de la teoría de la gravedad? ¿En dónde y cuándo se festeja el paseo en velero que inspiró a Einstein para desarrollar la teoría de la relatividad? ¿Cuántos desfiles patrios hay para celebrar la Declaración de los Derechos del Hombre?
¿Quién celebra a Gutenberg y su imprenta, Copérnico y su telescopio, Fulton y su motor de combustión interna, Kelsen y su Teoría Pura del Derecho, Rousseau y el contrato social, Diderot y la enciclopedia, Johnson y el diccionario, Hefner y Playboy, Jobs y el iPod, Gates y Windows, Aristóteles y la lógica, Picasso y el cubismo, los Beatles y She Loves You, Sun Tsu y el Arte de la Guerra, Moises y sus tablas, Freud y el psicoanálisis, los Lumiere y el cine, los Wright y el avión, Chuck Berry y la guitarra eléctrica?
Todos ellos, todos, tuvieron una idea.
Incluso las tan celebradas y conmemoradas guerras civiles son producto de ideas revolucionarias: el reparto agrario, la libertad sindical, el comunismo, la legalidad, fraternidad e igualdad.
El internet, la televisión, el mapa del genoma humano, el rock & roll, el impresionismo, el foco, la banda de ensamblado, el fonógrafo, el teléfono, el mercado de valores, el de derivados, la banca, el corazón artificial, el velcro, la penicilina, el Sermón de la Montaña, I Have a Dream, el Padrino, el Mío Cid; todos son producto de una idea que revolucionó al mundo.
Tal vez, si en vez de conmemorar fechas de batallas y nombres de caudillos festejáramos a las ideas, a los pensadores detrás de esas ideas y a las invenciones producto de ellas, poco a poco perderíamos el gusto por las guerras civiles y el glamour de la sangre derramada que no cambia nada y reconoceríamos que el cambio, el verdadero, el que trae bienestar y progreso no se da en las barricadas, no se logra con balas; se gesta en la mente y se da a luz con trabajo y tenacidad.