¿De verdad hay alguien que crea que el que haya un Día Internacional de la Mujer sirve para algo? ¿Contribuye a la igualdad laboral o salarial? ¿Sirve para combatir el machismo? ¿Ayuda a acabar con la violencia moral, emocional, psicológica o física en su contra? ¿Las vuelve individualmente menos vulnerables? ¿Las fortalece? ¿Las empodera? No lo sé, no lo creo.
Mi impresión de éste día es que lo único que hace es crear una competencia artificial entre hombres y mujeres. Leo, escucho, veo textos y discursos sobre la afirmación de la mujer. Son la versión moderna de «Marieta, no seas coqueta, porque los hombres son muy malos, ofrecen, muchos regalos, y al final dan puros palos».
Dijo Emma Watson y dijo bien que no debe, no puede, ser un tema de ellas contra ellos. Debe ser un tema de nosotros, todos juntos, reconociendo que no se trata de tener derecho a ser iguales sino igual derecho a ser diferentes.
Tengo la bendición de ser padre de tres niñas. Cada una de ellas, como los dedos de la mano, es diferente la una de la otra como lo son de mi esposa y de mi. En la casa tratamos de enseñarles a no compararse ni entre sí ni con nadie, de transmitirles que son valiosas por lo que son y no en función de alguien más quisiera que fueran. Sus diferencias las enriquecen, no las hacen de menos.
Nunca creo haberles dicho esto no, porque es para niños, ni esto si porque es de niñas. Nunca les hemos enseñado que los niños así y las niñas asado. En el juguetero comparten espacio Barbie, Spiderman, maquillaje y balones. La ropa es rosa o azul en función de los colores a combinar, no del género de cada quien.
Les enseñamos que sus derechos y obligaciones no dependen de que son niñas sino de que son personas.
Tal vez, si en vez de un día de la mujer celebráramos un día de la diversidad las cosas serían diferentes.