—Soy políticamente indestructible —dijo Andrés Manuel López Obrador a sus discípulos. Y si, al menos eso parece. Corría el mes de marzo del 2006. Era el inicio de su primera campaña formal hacia la Presidencia de la República. Todo indicaba que el primero de diciembre de ese año, sería él quien se mudaría a Los Pinos. 
No pasó. 

Se crea o no que le robaron la elección (yo soy de los que no), lo cierto es que fue Calderon y no López el que se ciñó la banda presidencial, el que se mudó a Los Pinos, el que dijo —… y si así no lo hiciera, que la Nación me lo demande—, el que se sentó en la Silla del Águila, el que dio el Grito durante seis años desde el balcón de Palacio Nacional. 

Lo mismo pasó seis años después. 

Y sin embargo se mueve. 

A lo largo de los años he llegado a la convicción de que Andres Manuel no encabeza un movimiento político. El suyo es un movimiento religioso. 

Es, para su grey, el Mesías redentor de todos los pecados de la clase política y los ciudadanos, el que habrá de expulsar a los mercachifles del templo republicano y limpiar la Patria. Es, en palabras del propio Peje, un rayo de esperanza para sus fieles. 

La similitud no es accidental. Más bien es por diseño. 

Para él, las lealtades no son institucionales sino personales. Lo mismo los programas sociales.  

“Andrés y su equipo no conocían la complejidad de la problemática social de la ciudad”, le dijo Clara Jusidman a Enrique Krauze en junio del 2006. 

Cuenta Krauze en Letras Libres que en el gobierno perredista de Cuauhtémoc Cárdenas (1997-1999), Jusidman y su equipo habían establecido las bases de una amplia red de facilitadores que procuraba atender diversas necesidades relacionadas con la ruptura del tejido social en el Distrito Federal. 

“Todo eso se desmanteló –lamentaba Jusidman–, se privilegiaron medidas sociales de relativa simplicidad pero con efectos masivos, como fue la entrega de ayudas económicas a los adultos mayores, a las madres solteras y a las familias con personas discapacitadas; o el montaje de dieciséis escuelas preparatorias y de una universidad sin requisitos de ingreso y con muy poco tiempo de planeación.” 

Para Krauze era claro que el criterio que las sustentaba era más político e ideológico que práctico y técnico. 

En el 2011 AMLO dijo que, como él, Jesucristo también fue perseguido y espiado. Hoy su partido político es Morena, en clara alusión a la Virgen de Guadalupe. En 2009 dijo que el pueblo siempre repudia el resultado de las elecciones, excepto las que le favorecen a él. 

Y funciona.

Unos les llaman Testigos del Peje. Otros Pejezombies. Lo cierto es que sus seguidores son legión.

Cuando perdió (o le robaron, según se piense) la elección del 2006, el Tabasqueño convocó a los fieles a salir a la calle, a llegar al Zócalo, a ocupar el Paseo de la Reforma. Los fieles lo siguieron. 

El plantón sobre la avenida más importante del país duró de julio hasta septiembre. Las casas de campaña y las lonas no siempre llenas, algunos días y apenas ocupadas, pero nunca vacías. 

¿De dónde salió el dinero para mantener a toda esa gente durante ese tiempo? Nadie sabe, nadie supo. Los iluminados no dan explicaciones.

El plantón fue y continúa siendo un tema polémico pero es una de las razones por las que López sigue vigente. “Si no hubiéramos tomado Reforma, no existiríamos”, dijo al periodista inglés Adam Thompson del Financial Times en agosto del 2006. 

 Muchos, entre ellos yo, creímos que el 2006 y el berrinche postelectoral era la muerte política de AMLO. La lógica era que, ya sin los reflectores, el poder y el presupuesto que daba la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, donde ahora despachaba Marcelo con sus propias aspiraciones presidenciales, el sol de Andrés Manuel se apagaría y no tendría cómo construir un proyecto viable.

Nos equivocamos.

El teatro de la presidencia legitima, con todo y aguila juarista, le dio al Peje para poder recorrer todos los municipios del país, sentar los cimientos de una organización electoral paralela al PRD e imponerse como candidato presidencial por encima de su ahijado político y natural sucesor, Marcelo Ebrard, para las elecciones del 2012. ¿Quién pompó? Campañita, ¿quién pompo? El pueblo bueno, la gente, todos, nadie. Su verdad es revelada.

Poco antes de la elección, en abril del 2012, dijo que sería inmoral que el PRI regresara a Los Pinos. Y es que así es cómo AMLO concibe la política. No como una lucha electoral en la que los electores votan y deciden sino una lucha en la que, del lado de la luz están él, sus fieles, el pueblo bueno y del lado oscuro los malos, los de siempre, los de arriba, la mafia en el poder.  

Él no tiene adversarios, tiene enemigos. Para él la negociación es imposible pues no debe uno pactar nunca con el diablo.

Perdió de nuevo y está vez por un margen suficiente para despejar dudas. Ahora si, dijimos. Ahí muere.

Nos equivocamos de nuevo.

La organización electoral paralela al PRD que formó entre el 2006 y el 2012, a la que bautizó Movimiento de Regeneración Nacional, Morena pa’ los cuates, se convirtió en el partido político que ha ido desfondando al PRD, dio al traste con el PT y es la plataforma más viable para su proyecto rumbo al 2018.

Morena, con 18 diputados locales y 5 delegaciones es ya la primera fuerza electoral del Distrito Federal y la quinta a nivel nacional (35 diputados federales, el PRI tiene 203, el PAN 108, el PRD 56, el Verde 47, el resto se dividió entre la chiquillada). Todo esto sin propaganda de casi ninguno de los que si eran candidatos. Toda la propaganda de Morena era para su líder. Él salía en los comerciales de televisión y radio, en los cárteles, en los espectaculares, en los mitines. Él, que no era candidato, ganó la elección.

Hoy, según el Reforma, López cuenta con una intención de voto del 42% para la elección presidencial del 2018. Margarita Zavala es un distante segundo lugar con 28%. 

El Peje está en la envidiable posición política en la que muy poco le hace daño, está cubierto de teflón y sus seguidores no quieren ya saber de razones, no les importan. 

Que si Ponce, su entonces secretario de finanzas, se jugaba los millones en Las Vegas, que si Bejarano, su entonces secretario particular, fue captado embolsándose tantos fajos de dólares que no cupieron en su portafolio y tuvo que meterlos en las abultadas bolsas de su saco, que si los segundos pisos fueron adjudicados a los cuates para hacer el cochinito, que si su chofer ganaba 70 mil pesos mensuales, que si su hijo es fotografiado con zapatos Prada, que si ¿de qué ha vivido los últimos nueve años?, que si en mayo del 2012 su equipo de campaña organizó un pase de charola con empresarios en las Lomas de Chapultepec para reunir 6 millones de dólares para la campaña presidencial. 

No importa. La honestidad valiente es un acto de fe. 

También lo es su compromiso con la izquierda. 

Durante su única gestión de gobierno, al frente del Distrito Federal, AMLO no respaldó una sola de las banderas tradicionales de la izquierda. ¿Matrimonios homosexuales? No. ¿Legalización de las drogas? Tampoco. Transparencia y rendición de cuentas del gasto? Menos. ¿Respeto a la disidencia, a la libertad de expresión, a ideas distintas de las suyas? ¡Cállate, Chachalaca! Su verdad es revelada y contradecirla el mayor de los pecados. 

Hasta un cómic hizo para burlarse de los que salimos a la calle a exigirle seguridad y combate a la delincuencia. En él, nos representaba a los manifestantes como jóvenes de clase alta y pelo rubio, encantados de acudir a la manifestación para estrenar ropa nueva y tomarnos una foto con los amigos. 

Que las víctimas de la delincuencia fueran mayoritariamente pobres, no importaba. Para López, la delincuencia es una función de la desigualdad y la pobreza.

Ni qué decir de la disminución de la pobreza. Al grito de ¡Primero los pobres! se hicieron millonarios negocios con los segundos pisos, el distribuidor vial, las licencias de construcción, el abasto de agua. Los plantones, el suyo y los de sus cobijados políticos, dieron al traste con el trabajo, el salario, la economía de miles de familias. Eso sí, dio pensión a los viejitos. 

José Luis Abarca, Carlos Ahumada, Manuel Bartlett, René Bejarano, Chacho García Salvidea, Carlos Ímaz (esposo de su cercana amiga y hoy delegada de Tlalpan, Claudia Sheimbaum), Julio Cesar Godoy, Gustavo Ponce, Greg Sánchez. La lista es larga y ni cosquillas le hace. 

Pocas cosas retratan el mesianismo de Andrés Manuel y su grey como los casos de linchamiento en el pueblo de Magdalena Petlacalco, el del Paraje San Juan y el de Los Encinos.

En el primero, cuando se dio el linchamiento su respuesta no fue mandar a la policía, no. El dijo “No nos metamos con las creencias de la gente.” 

Vinieron muchos linchamientos más, el más grave el de dos policías que fueron quemados en Tláhuac y que le costó a Ebrard la chamba de Secretario de Seguridad para después ser rescatado como Secretario de Desarrollo Social.

En los casos del Paraje San Juan y el de Los Encinos AMLO sacó las siguientes perlas: “Ley que no es justa no sirve. La ley es para el hombre, no el hombre para la ley. Una ley que no imparte justicia no tiene sentido” y “La Corte no puede estar por encima de la soberanía del pueblo”. 

Para él obedecer la ley es optativo. Para sus seguidores, también. A nadie parece importarle que cuando se mandan al diablo las instituciones, cuando la ley que rige es la de la selva, son los pobres los que más tienen que perder porque son los más débiles.

Algo dice de nosotros como sociedad la vigencia y supervivencia política de Andrés Manuel. Dice que todavía somos un país que anhela al caudillo. Dice que nuestras instituciones son débiles, poco creíbles, dignas de mandarse al diablo. Dice, sobre todo, que estamos hasta la madre de promesas vacías, de una clase política que entiende el servicio público como servirse de lo público y no servir al público.  

Queremos héroes, queremos ídolos para adorar aunque sus pies sean de barro, queremos un Mesías que nos salve de nosotros mismos, que aliente nuestros miedos y rencores, que nos diga que quien tiene la culpa del país que tenemos no es la persona que nos saluda en el espejo al lavarnos los dientes por la mañana, no, la culpa de todo la tiene el chupacabras, el innombrable, la mafia en el poder, los pirrurris, los de arriba, el FMI, el Banco Mundial y los Iluminati también. Todos, quien sea menos él y el pueblo bueno. 

Y allá va, un Mesías que todos daban por muerto, resucitado y andando con paso firme rumbo a la Presidencia.   

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