Su Majestad, el Bache.
Lo conoces. No podrías no. Es el dueño de las calles y tu coche le rinde tributo diario. Cuando estás de suerte, solo una vez. Generalmente, varias. Lo cierto es que no tienes forma de escapar de sus garras. Siempre caes.
Luego está la ansiedad que se apodera de ti, que no te deja ni respirar, que te oprime el alma. –¿Habré dejado el carter ahí? ¿La suspensión? ¿El eje? Ojalá no pase de una ponchada de llanta.
Los metros que avanzas con estas preguntas en tu cabeza son como un rito de inicio del día, el peaje para llegar a tu destino, una cuota de cierre cuando es en el camino de regreso a casa.
Lo cierto es que no hay personaje más emblemático de la ciudad que el bache. Es su dueño, su amo y señor, su majestad.
Es más, el bache es como Dios. Está en todos lados y su poder destructivo es infinito. También sus presentaciones.
Los hay pequeños, esos que no pasan de un clack, clack, cuando pasas sobre ellos. Los hay largos y poco profundos. Los hay con el tamaño suficiente para atrapar a una de tus llantas y llevarse con ellos tu quincena. Los hay en los que cabe parado un niño, los que parecen trinchera de guerra. Los hay vampiros, esos que no importa cuantas veces o que tan seguido los tapen, regresan, siempre regresan.
Y ni qué decir de los que no son otra cosa que coladeras de drenaje a las que algún hijo de su puta madre les robó la tapa.
Por cierto, ¿podría alguien explicarme para qué chingados se roban las tapas de drenaje? ¿Tienen un mercado secundario? ¿Cuál es su valor de reventa? ¿Se usan de arte abstracto en la sala en algunos círculos sociales de los que no estoy al tanto? Sáquenme de ésta duda existencial.
Apenas empiezan a caer las primeras gotas de la temporada de lluvias en la ciudad y sufro. Ya sé que las calles se convertirán en pistas de obstáculos con alto grado de dificultad y que el agua, la mala iluminación de las calles y mi pinche mala vista harán que los baches se disimulen, se camuflajen, se escondan para cazarme.
Algunos barrios han cedido la plaza, a sabiendas de que el poder del bache es infinito, de que es imposible vencerlo. Les festejan sus cumpleaños (si, en plural, hay baches más viejos que las montañas), les plantan árboles, los marcan con llantas o postes o conos; los usan como alberca para que los niños chapoteen en días de calor, los usan para jugar a las escondidas, los usan como pista de skateboarding.
Y yo me pregunto, ¿será éste un plan macabro de las autoridades para que dejemos de usar el auto? y, si no lo es, ¿en qué se están gastando mis impuestos? ¿Dónde está mi lana?
exacto, tienes toda la razón. Ahora ya tienen un gran presupuesto de egresos en la Ciudad de Mancera que disque para tapar los baches, a ver si son los baches de sus cuentas bancarias o los que oprimen a todos.