Star Wars, crónica de un fan. 

  
Star Wars. 

Soy un teto, lo sé. Tengo la suerte de tener amigos tan tetos (geeks, les dicen ahora que está de moda) como yo. El miércoles, después de esperar más de 30 años, fuimos a ver el Episodio VII de Star Wars.

Nos disfrazamos de Jedi. 

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Si, somos de esos.

Nos hicimos de unos lightsabers. 

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Si, también somos de esos.

Nos tomamos fotos y videos jugando a las espadas. 

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Ni digas nada.

Y nos lanzamos a las 0:00 al estreno. 

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Aquí con BB8

Estuvo genial. 

Las expectativas eran altas. Aaron, Eddie, León y yo llevamos toda una vida imaginando y discutiendo, a veces hasta altas horas de la noche, qué fue lo que pasó después del Retorno del Jedi. 

¿Cayó el Imperio para siempre? ¿Han y Lea se casaron? ¿Tuvieron hijos? ¿Luke encontró más personas abiertas a la Fuerza? ¿Fundó una nueva Orden Jedi? ¿Ya no hay Sith? ¿Han y Chewie forman parte del nuevo gobierno o siguen siendo contrabandistas? ¿El Millenium Falcon todavía puede seguir volando? ¿Por qué no le dan medalla a R2?

Estas y otras muchas tantas preguntas más tienen rondando nuestra cabeza, dominando las cenas de la Sagrada Secta del Buitre Embalsamado, atormentando nuestras almas. 

El miércoles por la noche terminó la espera, y estuvimos a punto de no ir. 

Nos preparamos desde hace meses. Pedimos los disfraces por Amazon y en cuanto salieron a la venta los boletos los compramos. Eran para las 00:05 del 17 de diciembre y nosotros, a lo pendejo, creímos que eran para la noche del 17. 

Afortunadamente la Fuerza estuvo con nosotros, nos dimos cuenta desde la mañana del miércoles y no pasó a mayores. Habría sido digno de the Big Bang Theory que nos lo perdiéramos y éste habría sido un texto de amargura y no de dicha. Mínimo nos hubiéramos convertido al Lado Oscuro. Mínimo. 

Toda la mañana y la tarde del miércoles pasaron en un frenesí de emoción. Nos llamamos los unos a los otros todo el día solo para decirnos —Weeeeeeyyyy. Es hoy, wey. Es hoy. 

En un punto de la tarde, durante una de nuestra docena de llamadas León y yo articulamos nuestro temor más profundo 

—¿Y si está pinche? ¿Y si la cagan?

Silencio. 

Había razón para la duda, para el miedo. 

Episodios I, II y III habían sido un fiasco, comerciales de dos horas diseñados para vender juguetes y no para narrar el origen del villano más cabron del mundo, su transformación de Jedi a Sith, del nacimiento del Imperio Galáctico, de la muerte de todos los Jedi a manos de quien fue uno de los suyos, del fracaso de Yoda y Obi Wan. Carajo, en vez de eso, George Lucas nos dio a Jar Jar Bings.  

—No —le dije a Leon—. JJ (como si fuéramos cuates) es de nuestra generación. Es fan. No nos va a traicionar. 

Y no lo hizo. 

Episodio VII es todo lo que tenía que ser. Una lucha del bien contra el mal, de héroes involuntarios, de villanos malvados que, si bien no le llegan a Vader (vara imposible de alcanzar), son complejos, profundos, no decepcionan. 

Cuando salió el logo de Lucasfilm se me puso la piel chinita. Cuando sonaron las notas del tema de Star Wars y el logotipo grité y aplaudí, aunque si extrañé la fanfarria de 20th Century Fox. Cuando empezaron a rodar las letras y dar la introducción, sentí que el sueño se hacía realidad. 

Hay una escena, que sale en los cortos, donde Han le dice a Chewie «We’re home». Y si, ellos y yo. 

Terminó la película como tenía que acabar, con la promesa de todo lo que está por venir. Con aplausos de los fans que estábamos ahí. Con emoción en la sangre y ojo Remy. 

También con un abrazo entre amigos que habíamos esperado toda una vida para vivir esto. 

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La Fuerza estuvo con nosotros. 

Ministros y Corte que hicieron Patria. 

  
Ministros y Corte que hicieron Patria.
El lunes se despidieron los Ministros Sánchez Cordero y Silva Meza. Ayer se despertaron, por primera vez en 20 años, siendo solo Olga y Juan.

Solo Olga y Juan. Si, aja.

Nunca serán, nunca podrán ser, solo Olga y Juan. México les debe mucho como para que sean solo Olga y Juan.

No llegaron por el mejor camino. La recomposición e integración de la Corte en el ’95 fue un genuino golpe de Estado por parte de Zedillo. Sin gritos, ni balas, ni muertos; de terciopelo, pero un golpe de Estado al fin de cuentas.

Y sin embargo, los Ministros Sánchez Cordero y Silva Meza, junto con toda esa Corte de la Novena y Décima Epocas, hicieron Patria. También historia.

El inicio de su ministerio por la Corte coincidió con el mío como estudiante de derecho, tiempo en el que me interesaban más mis compañeras, los conciertos y sacar buenas notas (como si con eso último me iba yo a hacer buen abogado) que el prestar atención a los recién estrenados ministros.   

Recuerdo, si, más tarde, aquellas resoluciones a finales de los noventas que declararon legal el cobro de intereses compuestos (que la ley expresamente prohibía) y recuerdo también que, al preguntarle el por qué de la decisión a mi padre, éste me dijo, —Alberto, la Corte tiene que, a veces, tomar en cuenta cuestiones metajurídicas al momento de resolver.  Declarar ilegal el anatocismo es quebrar al país y eso la Corte no lo va a hacer, sería una irresponsabilidad de su parte.

El tiempo le dio la razón, a mi padre y a la Corte.

Durante mi vida profesional he visto a la Corte ser una Corte de la cuál me siento orgulloso, aunque no siempre coincido con lo que resuelven ni cómo lo resuelven.  Mucho de ese orgullo viene del desempeño de los Ministros Sánchez Cordero y Silva Meza. Tanto en sus votaciones como en sus proyectos, avanzaron la construcción de un régimen de derecho liberal, velaron por la consolidación del debido proceso, la garantía de los derechos humanos y la apertura en cuanto a la aplicación de la Constitución.  

No es poca cosa en un país como el nuestro.

En el litigio civil y mercantil no es frecuente que mis asuntos lleguen a la Corte, casi todos terminan resolviéndose ante un Tribunal Colegiado de Circuito. Las pocas veces que he representado justiciables ante la Primera Sala he quedado, siempre, gratamente sorprendido, aún cuando no me han dado la razón. 

De Silva Meza sé poco.  Pasó por todos los niveles del Poder Judicial, desde secretario, juez, magistrado, hasta presidente de la Corte. Quizas su actuación por la que pasará a la historia es en una de las resoluciones más importantes de la Corte. En julio del 2011, logró integrar a la mayoría y aprobaron la restricción del fuero militar en casos que involucren violaciones a derechos humanos de civiles.

Este fallo derivó de la revisión, por parte del pleno de la Corte, de la sentencia que emitió en agosto del 2009 la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra México, al que declaró responsable por la desaparición forzada del activista Rosendo Radilla a manos de militares, allá en 1974.

De Sánchez Cordero sé un poco más por la amistad que une desde niños a su hermano Jorge con mi padre.  Fue la primera notaria pública, por oposición, en el Distrito Federal, notaría que ocupó de 1984 a 1993. Después fue magistrada en el Tribunal Superior de Justicia del DF hasta el año de 1995 cuando fue designada Ministra.

En la Corte, Sánchez Cordero brilló.

Como dijo el Ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, “la ministra Sánchez Cordero ha sido una voz a favor de las mujeres en esta Corte por casi 21 años, gran defensora de los derechos humanos y —hablo por esta sala— se le va a extrañar mucho señora ministra”.  

Y si, se le va a extrañar. 

Ella adoptó la bandera de la defensa de los derechos fundamentales y su participación fue clave en temas de protección de niñez, debido proceso, defensa de las mujeres en situación de violencia, matrimonios homosexuales, la compensación al cónyuge que cuida del hogar en el divorcio, la legalización de la mariguana, la adopción por parejas del mismo sexo.  En todo ello ella fue pieza clave.

Los dos, Olga y Juan, dejan zapatos difíciles de llenar.  Espero que sus sucesores, que no sus reemplazos, estén a la altura.

 

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