La semana pasada anduve ocupado con otro tema, y no pude comentar sobre la conquista que hizo Trump del Partido Republicano en los Estados Unidos. Como seguro ya sabes, contra toda expectativa racional, él será el candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo. 

Es, para desgracia del mundo, un candidato con verdaderas probabilidades de ganar. 

De acuerdo con una encuesta de YouGov, el 68% de los votantes Republicanos están de acuerdo con él, y otra de RealClearPolitics muestra que Hilary Clinton solo lo aventaja por apenas 5.7 puntos porcentuales en las preferencias electorales. 


No sé tu, pero yo con solo imaginarme su dedo anaranjado junto al botón de la bomba, su firma autorizando la muerte de los niños hijos de terroristas, la ceremonia en la que se ponga la primera piedra del muro que dice que vamos a pagar; siento ñañaras. ¿Qué digo ñañaras? Pánico, carajo.


Pero Trump, su racismo, su misoginia y sus locuras no es un problema aislado a los Estados Unidos.  Johnny, la gente está muy loca.  En Europa soplan los mismos vientos, esos que creíamos extintos el siglo pasado. 

En Gran Bretaña habrá el 23 de junio un referendo para ver si permanece dentro de la Unión Europea o se chispa. El movimiento Brexit es liderado por Nigel Farage y su Independence Party, sobre una plataforma antimigrante y racista similar a la de Trump y, como la amenaza naranja, tiene amplias posibilidades de triunfo. 

No quieres ni imaginarte el cagadero que será de Europa sin la influencia de Gran Bretaña. 


Bueno, no tienes que imaginártelo mucho. Como diría Raul Velasco, aún hay más y todos son los sospechosos comunes, los mismos lugares, con la misma gente. 

En Francia, Marine Le Pen y su Frente Nacional se han vuelto tan serios contendientes a tomar el poder que en 2002 fue necesario que los partidos Conservador y Socialista hicieran un frente republicano en su contra. Eso no la ha detenido y su ideología anti-inmigrante, anti-musulmana, anti-semita e aislacionista va ganando terreno al grado que, según Le Fígaro, la mitad de los franceses ven a su creciente población musulmana como una amenaza. 


En Austria, Norbert Hofer y su partido protonazi de la Libertad (ahem, no mames), se perfila para ganar la presidencia. Si lo consigue, será la primera vez desde 1945 que éste país tenga un gobernante abiertamente ultra-nacionalista de extrema derecha. Por cierto, Hofer, igual que Trump, presume de ir a todos lados armados para protegerse. 

En Hungría,  Viktor Orban lleva seis años de Primer Ministro y, en los últimos años, ha construido bardas tipo Trump en las fronteras con Croacia, Serbia y Eslovenia para mantener afuera a los refugiados sirios. 


En Polonia, la Primer Ministro Beata Szydło llegó al poder en octubre pasado con el partido Ley y Justicia (otra vez ahem, no mamen) bajo una plataforma de purgar (si, usaron esa palabra) a Polonia de las influencias liberales y cosmopolitas de Occidente. Tras los ataques en Bruselas se echó para atrás de su compromiso de absorber 7,000 refugiados sirios. 


¿Ya pa qué le sigo con Turquía, Rusia y España; por no hablar de lo que pasó en los Balkanes durante los noventas?

Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los horrores del Nazismo y sus fábricas de muerte salieron a la luz, los pueblos del mundo dijimos Nunca Jamás. 

Menos de un siglo más tarde, ahí vamos de nuevo hacia los extremos del odio, solo que ahora encabeza la fila el país más rico del mundo, la única superpotencia militar capaz de destruirlo. 

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