Peña, una Presidencia perdida en el caño de la corrupción.

Es la corrupción, idiota. 

Así, en cuatro palabras, puede explicarse el porqué y el cómo Enrique Peña Nieto perdió la Presidencia. La perdió él y con él, la perdimos tu y yo.

La verdad es que el sexenio arrancó bien. 

Sin una segunda vuelta en la elección, los últimos tres presidentes han llegado al gobierno con el voto en contra de casi dos tercios del país.  Ganan la elección aunque la mayoría no votó por ellos y, en algunos casos, incluso voto contra ellos. Empiezan su mandato sin legitimidad. 

Peña, sabiendo esto, forjó el Pacto por México. Convirtió a sus adversarios de campaña en socios de gobierno, al menos por un tiempo. Quizás, el logro más grande del Pacto por México son las reformas estructurales.  


La reforma Laboral, aprobada todavía en la Presidencia de Calderon durante la transición, flexibilizó el mercado de trabajo, facilitó el acceso de mujeres y jóvenes a un empleo e incursionó en el mejoramiento de la justicia en ese rubro.

Las reformas de Competencia Económica y Telecomunicaciones le dieron a los reguladores más y mejores dientes para regular a los entes dominantes. La declaración de agente dominante con poder sustancial en el mercado que resultó para Televisa, para Telmex y Telcel y las obligaciones asimétricas que van con ellas han abierto la oferta de servicios más baratos y de mejor calidad. 

La energética es la reforma económica más transcendente de los últimos 50 años. Moderniza el marco constitucional para abrir el sector energético a la inversión, a la tecnología y a la competencia. Adiós a los monopolios de PEMEX y a CFE.

 Pero la buena, la realmente importante para el futuro de México fue la Reforma Educativa, esa misma que hoy la CNTE quiere echar abajo. La evaluación, la profesionalización docente y la autonomía de gestión, tienen que ser los pilares de la educación pública en nuestro país. El objetivo es elevar la calidad y cobertura educativa en todo el país.


Hay más botones de muestra: El México Moment. Elba Esther en la cárcel. El nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. 

La Cruzada Contra el Hambre que ha reducido drásticamente las carencias sociales entre 2013 y 2015. En la población objeto de estudio que hizo CONEVAL, la carencia por acceso a los servicios de salud pasó de 32.9 por ciento entre 2013 y 2014 a 9.2 en 2015. Por su parte, la carencia por acceso a la alimentación pasó de cien a 42.5 por ciento en este grupo de personas

Parecía que luego de 15 años de parálisis el país se movía.

Y se movía, hasta que se detuvo.


El primer rechinido del freno se escuchó en la colonia Roma de la Ciudad de México. Una Mirreina berrinchuda llegó sin reservación al Máximo Bistrót, dónde, verdad sea dicha, la sencillez y los buenos modos tampoco son lo suyo pero como la cocina es espectacular, todos hacemos de tripas corazón y aguantamos vara para comer los guisos de Lalo. 

Ella no. 

Ella quería una mesa en la terraza y la quería en ese instante. Si, claro. Ajá. Espérame tantito. Cuándo no se la dieron llamó a la oficina de su papi y le pidió a los muchachos que vinieran a cerrar el lugar. Papi era el chipocles de la PROFECO y sus muchachos fueron y cerraron el changarro.


Como ya no vivimos en la Edad de Piedra y las redes sociales prenden más rápido que la pólvora, el escándalo fue tal que Peña cesó a Humberto Treviño, el papi de la #LadyProfeco. Treviño era al único miembro de su gabinete al que Peña le hablaba de usted, un tipo de toda su confianza. El mensaje parecía ser que el Presidente no iba a aguantar vara cuando sus achichincles se pasaran de lanza. 

No fue así.  

La casa en Malinalco de Videgaray. Korenfeld y su (ab)uso del helicóptero de la CONAGUA pa no tener que sufrir el tráfico como el resto de los mortales para ir al aeropuerto con su familia rumbo a Vail. Las grabaciones de OHL y sus enjuagues con el Circuito Mexiquense. Moreira y los millones que se llevó de Coahuila, libre en Barcelona. Murat con sus propiedades millonarias en el gabacho y a quién premió con la gubernatura de Oaxaca. 


Roberto Borge en Quintana Roo. Rodrigo Medina en Nuevo Leon. Cesar Duarte en Chihuahua. Javier Duarte en Veracruz. A estos cuatro gobernadores ahora los quiere correr el PRI, pero en su momento fueron todos elogiados por Peña como la cara del nuevo PRI.

Alfredo Castillo, que cuando Peña era gobernador fue el subprocurador del caso Paullet, la niña que apareció muerta debajo de su cama después de días de búsqueda, llegó a la PROFECO para reemplazar a Treviño, después se fue de virrey a Michoacán y, finalmente, el preciso lo premió dandole la CONADE en la que no tuvo para uniformes de los atletas ni para fisioterapeutas pero que sirvió como agencia de viajes para llevarse a su novia a la Olimpiada. 

Y luego está la Gaviota. La pinche Gaviota.

La Casa Blanca fue dónde la proverbial puerca torció el rabo. Es el golpe del que Peña no ha podido levantarse. 


Los mexicanos podemos aguantar (cada vez menos) que nuestros gobernantes nos roben. Lo que si nos puede es que nos quieran ver la cara de pendejos. Ahí si se acabó la hora del amigo. Ah, tampoco nos raya que las actrices de segunda venidas a Primera Dama salgan en cadena nacional a regañarnos por tener el atrevimiento de preguntar ¿Quién pompó?

Que si la casa la compró con sus ahorritos que juntó de llorar en pantalla y de vender los calendarios en calzones que cuelgan de todas las vulcanizadoras del país. Que si Juan Armando Hinojosa la hizo de Elektra y le dio chance de liquidarla en paguitos chiquitos no porque ha recibido miles de millones en obras asignadas por su marido, no, sino porque es su amigo de cenas y parrandas. Que si está a nombre de una empresa de Hinojosa no para ocultarla, no, sino porque sigue liquidando los abonos. 

Que no mame.  


Ni a la Vero, ni a Chabelo, ni a Chespirito, juntos, les alcanza con su liquidación para comprarse una casa de siete millones dólares en la que, por cierto, ni un librero, ni un cuadro ni un nada que valga la pena pusieron. 

No le ayuda que en los primeros meses de 2014, Grupo Higa y sus filiales (la empresas de Hinojosa) ganaron el contrato para remodelar el hangar presidencial a través de una asignación directa por 945.5 millones de pesos, ni que ha construido 58 caminos en el Estado de México, el Distribuidor Vial Naucalpan Par Vial Metepec, la Autopista Toluca-Atlacomulco y diversas unidades médicas en el estado; ni que Higa participó en las obras del Viaducto Elevado Bicentenario, la autopista Toluca-Naucalpan, el Aeropuerto Internacional de Toluca y el libramiento Acambay; ni que, según los Panama Papers, Hinojosa tiene más de cien millones de dólares en cuentas off-shore.


Ya ni pa qué hablar del primer departamento en Miami (el que si declaró que tenía y que, como la casa, dice que ha pagado de su chamba –como deja eso de salir en calzones en los calendarios, me cae–) o del segundo que está a nombre de otro contratista de apellido Pierdant que es tan cuate que hasta sus prediales le paga.

Como Peña y la Gaviota parecen nopales y entre más les buscan, más propiedades les encuentran, la aceptación del Presidente está por los suelos. Nunca, desde que esto se mide, un Presidente en México ha sido tan rechazado. Apenas el 30 por ciento de aprobación entre los ciudadanos, según la medición del Grupo Reforma en su encuesta nacional más reciente.


El problema no es uno de popularidad, sino de gobernabilidad. 

El amor y las alianzas políticas duran para siempre, hasta que no. Pasadas las reformas estructurales y cercanas las elecciones intermedias del 2015 se rompió el Pacto por México y cada quién empezó a jalar agua para su molino. 

Desde entonces la gobernabilidad en el país se ha ido erosionando y hoy es casi inexistente. 

Si el Presidente tuviera aceptación y credibilidad entre la gente, entonces tendría la fuerza para hacer cumplir la ley. Como no las tiene, no puede. 

Los ejemplos más claros son la CNTE y el narco, pero no son los únicos. 

Botón de muestra es Ayotzinapa. Jose Luis Abarca, un Presidente Municipal impuesto por Andrés Manuel Lopez Obrador al PRD de Guerrero y socio de los narcos de Guerreros Unidos mandó matar e incinerar a 43 estudiantes. La falta de credibilidad del Presidente es tal que la opinión pública le achaca el crimen de Estado al gobierno federal y no hay prueba que convenza de lo contrario.

Por lo que hace a la CNTE, sus manifestaciones son cada vez más violentas. Su poder va llenando el vacío que el del Presidente va dejando. El gobierno federal no puede aplicar la ley, no puede liberar a las poblaciones a las que la CNTE tiene de rehén sin permitir la entrada de víveres o medicinas, no puede abrir las escuelas y proteger a los niños sin clases.

Hoy la CNTE tiene sitiadas a Chiapas, Guerrero y la Ciudad de México; pero nada, nada de nada, como el daño que ha hecho en Oaxaca. Hasta agosto de éste años la CNTE dejó 40 días sin clases a 95 mil alumnos de 600 escuelas de las zonas más pobres de Oaxaca. De acuerdo con el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), son cerca de mil 755 maistros los que han mantenido cerrados los planteles de las regiones Costa, Istmo y Mixteca, las más pobres de la entidad, así como algunas en Valles Centrales.

 

En el ciclo escolar 2013-2014 los estudiantes también perdieron 39 días de clases a causa de las continuas manifestaciones y marchas de la CNTE.

Los resultados de la prueba PISA 2009 (la CNTE ya no permitió que se aplicara este examen desde entonces) reflejan las condiciones en las que se encuentran los estudiantes de primaria y secundaria en Oaxaca: 59.2 por ciento de los alumnos (592 mil) fueron reprobados en matemáticas; 59.8 por ciento (598 mil) en ciencias, y 50.9 por ciento (509 mil) en lectura.

La debilidad del Presidente es tal que una generación completa de alumnos está siendo condenada al fracaso. De ese tamaño es el monumento a su corrupción.

Cuando el Presidente toma posesión de su cargo rinde una protesta ante el Congreso que dice «Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande». Todo su trabajo, todo su encargo, es ese: cumplir y hacer cumplir la ley. 

El orden de los factores siempre afecta el producto. Si el Presidente es el primero en violar la ley, si nombra a su cuate como Secretario de la Función Pública para que lo investigue, si ese mismo cuate hace una investigación a modo y, oh sorpresa, lo absuelve diciendo que no hay ilícito en el tema de la Casa Blanca, si años después sale a pedir perdón y a la semana siguiente le encuentran un nuevo nido a su Gaviota en Miami, si todo esto; entonces ¿cómo puede hacer cumplir la ley? Obviamente, no puede. 

La ironía de que Peña no pueda hacer cumplir la ley es que es el primer Presidente en 25 años que hace reformas legales de gran calado que podrían beneficiar al país. Las reformas legales de Peña y su lugar en la historia se han perdido, junto con su Presidencia, en el caño de la corrupción.

Lo dicho, parafraseando el lema de campaña de Bill Clinton en su primera campaña presidencial: Es la corrupción, idiota. 

Peña me traicionó


Un día que vivirá en la infamia. Así describió Roosvelt el 7 de diciembre de 1941, tras el ataque a Pearl Harbor. Así recordaré el 31 de agosto de 2016, el día en que Peña traicionó a México y a mi.

Guardo aquí la fecha, puntual y precisa, para que no se me olvide a mi, para que no se le olvide a mis hijas tampoco, el día en que Enrique Peña Nieto, mi Presidente, mi empleado al que le pago entre otras cosas por representarme ante el mundo, trajo a Hitler a mi casa, lo transportó en mi helicóptero, lo sentó en mi mesa, le compartió mi pan, mi sal, mi vino.

MI VINO, el mío, carajo.


El invitado de mi empleado me ha insultado. Me ha llamado asesino y violador. Me ha dicho que no soy bienvenido en su casa. Me ha amenazado con construir un muro entre él y yo, a mi costa, para dejarme fuera. Me ha culpado sin razón de todos los males que le aquejan. Ha amenazado a mis hermanos. Ha hecho las calles más inseguras para ellos y para mi.


Y mi empleado le ha dado mi vino, mis pantuflas, mi mesa.  Así me ha pagado mi empleado.

–Alberto, no es para tanto. Trump no es Hitler –podrías decir. Podrías decirlo y estarías equivocado.

La visión de Trump es una de xenofobia, es la retórica del odio, del miedo, de la intolerancia.

Trump le habla a ese monstruo verde que todos tenemos dentro y lo nutre de esa necesidad de culpar a quien sea de los problemas, excepto al tipo que nos saluda todos los días al lavarnos los dientes.

Igual que Hitler.


Es la receta alemana de 1933 traída a los Estados Unidos del 2016. La incitación a la violencia y al odio racial. La supuesta gloria perdida que él va a recuperar. El discurso de guerra. La vanidad. Los métodos de intimidación a sus disidentes. La invitación a que se golpee con impunidad a quienes se manifiestan en su contra. La apología de los actos violentos perpetrados por su invitación. La sugerencia a sus seguidores de matar a su contrincante. TODO ESTÁ AHÍ.


Todo, incluída la cobardía de los demás.

Peña Nieto es un cobarde, como lo fueron Chamberlain y Petain. No está solo. Su gabinete entero lo acompaña.

¿Dónde estuvieron ayer los civiles Osorio, Ruiz Massieu, Meade, Nuño, Videgaray? ¿Dónde los militares Cienfuegos, Soberon y Mondragón? ¿Dónde están sus renuncias el día de hoy?


Ayer su jefe invitó a Masiosare a cagarse en México y ninguno de ellos fue para decir públicamente –Esto está mal–. Ninguno ha sido para decir –Yo no puedo seguir colaborando con éste traidor, aquí está mi renuncia–. Ninguno. Todos calladitos. El hueso es el hueso.

De Santa Anna nos acordamos 150 años despues por haber cedido más de la mitad de México, lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.

De Peña nos acordaremos por haber cedido la totalidad de las nalgas.

 

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