—Dime, Gaviotita chula.
—Me contó la Beba que la otra vez que fue a la playa en coche, el pueblito ese que está de camino al Puerto se ve fatal y que, además, hizo un tráfico horrible.
—¿La Beba fue al Puerto en coche?
—Ni. Me. Digas, que estoy infartada. Entre la actuada, la graduación de la prepa que tuvimos que poner en la revista de sociales para que las monjas del colegio nos dieran el pase y el shopping ese de Miami en el que nos ventanearon; esa niña me está sacando canas verdes. El fin pasado salió con la puntada de irse en coche al Puerto con los muchachos de la novela.
—¿Y? ¿Como le fue?
—Bien, en el Baby la trataron de lujo, ya sabes, pero te digo que me dijo que el pueblito ese que está de camino se ve fatal y que, además, hizo un tráfico horrible.
—¿Pueblito? ¿Cuál pueblito?
—Ay, Quique, yo qué sé. Ese que está cerca de la capital, en el que se hace todo el tráfico el fin de semana.
—No sé de cuál hablas. Deja le pregunto al Jerry.
Se estira desde la cama. Toma el teléfono rojo que está sobre la mesa de cama y la voz en el auricular le dice que está a sus órdenes.
—A Comunicaciones. Que me pongan a Jerry en la línea.
Diez segundos más tarde.
—Bueno, ¿Quique? ¿Te urge? Me salí a medio cagar pa contestarte.
—Namás rápido, Jerry. ¿Como se llama el pueblito ese que está de camino al Puerto donde se hace todo el tráfico los fines de semana?
—¿Cuernavaca?
—Ándale, si. Cuernavaca. Dice la Beba que ahora que fue se veía horrible y que, además, hizo un tráfico espantoso. Eso nos da muy mala imagen. Resuélvelo, por favor.
—¿Qué quiere? ¿Que no se vea la ciudad o que no haya tráfico?
Tapal el auricular.
—¿Que qué quiere la Beba? ¿Que no se vea la ciudad o que no haya tráfico?
—¿No se puede las dos?
—Ah, no sé. Deja veo. —Destapa el auricular—. ¿No se puede las dos?
—Ah, no sé, Quique. Deja término de cagar y veo.
—No, no, Jerry. De una vez.
—A ver, espera.
Le manda un mensaje de texto al ingeniero en jefe que dice “¿como hacemos que la gente que maneja a Acapulco no vea Cuernavaca y no sufra el tráfico?”
La respuesta inmediata es un mensaje que dice “Con un carril confinado, jefe.”
—¿Quique? Dicen los inges que con un carril confinado en la carretera.
—Ah, perfecto. Encárgaselo a uno de nuestros muchachos, ¿no? No el de la casa porque ya nos tiene muy quemados. A alguno de los del aeropuerto.
—Ya vas. Término de cagar y le llamo.
—No, no, Jerry. De una vez. Ya no tardamos.
—A ver, espera.
Desde el celular que no está a su nombre, Jerry llama a su compadre.
—¿Compadre? Oye, ¿te puedes echar un carril confinado en la carretera de Cuernavaca para que la gente que maneja a Acapulco no vea Cuernavaca y no sufra el tráfico?
—Uy, compadre, no mames, esos son pinchurrientos 15 km a lo mucho. No va a ser negocio para nadie.
—Pareces nuevo, me cae. El negocio está en lo que cobres por la obra. Tu presupuestalo como si fueras a hacer la carretera completa, te mochas con los de siempre para que en la licitación se caigan pa’arriba y ahí vamos todos.
—Ya vas, compadre.
—¿Quique? Ya quedó.
—Gracias, Jerry. ¿Visté que rápido? Anda, ve y termina.
—Yo creo que ya acabé, porque se me quitaron las ganas.
Pasaron los meses, todo iba bien. Se abrió la licitación. Los muchachos del club participaron, tirandose a la alta.
El anticipo alcanzó para casi todo. Alcanzó pa’l nuevo nido en las Bahamas. Alcanzó pa’l moche del buen Jerry. Alcanzó pa’ mojar a los muchachos que quedaron fuera de la obra. Alcanzó pa tapar el hoyo que el compadre traía con los proveedores de otra obra en la que había usado el anticipo pa’ lo mismo que en esta y pa’l yate nuevo.
Eso si, cuando fue la hora de amarrar el concreto y el acero de segunda (el de primera solo se usa en las especificaciones), ya no hubo suficiente y se tuvo que comprar de tercera.
Tampoco alcanzaba pa’ pagar al estructurista de siempre, pero ni falta que hizo. Con tanta obra pública que le había encargado ya el compadre, estuvo de acuerdo en hacer está de a grapa. Algo para que practiquen los pasantes del despacho.
La puerca empezó a torcer el rabo con los chicos del Estado y del Municipio. Su corta no estaba presupuestada.
Se arrregló como siempre. Unas llamadas aquí. Otras allá. El presupuesto se dobló, como era de esperarse.
El remojo alcanzó a mojar desde el inspector de obra hasta al gober, pasando, claro, por los diputados y senadores que levantaron el dedo. Evidentemente, también por Jerry, por Quique. Es la receta de la casa y nadie se pelea con la cocinera, aunque entre comensales no se lleven bien.
Si la cimentación fue mediocre. Si el drenaje insuficiente. Si el concreto hidráulico era chapopote disfrazado. Nada de esto se veía en la inauguración.
—Ésta obra rendirá 40 años —dijo Quique como excusa para no gastar en el mantenimiento. Tampoco gastaron en recoger la basura.
Vino la lluvia y se la llevó.
Los cimientos, la tierra, el relleno, el chapopote, el barniz de concreto, el coche de dos personas que murieron ahogadas entre el lodo y el agua.
Murieron porque no llegó la ambulancia.
Murieron ahogados en un río de corrupcion, el mismo que se desborda y amenaza con ahogarnos a todos.