
—Je ajerca el momento. En unoj diaj tendremoj que actuar.
—Lo sé. Estoy listo.
Él lo mira y se pregunta, como se lo ha preguntado tantas veces, si puede confiar en él. Cuando nada se arriesga, nada se gana, decide.
Se sientan entonces los dos a la mesa.
Semanas más tarde el operador del partido anuncia que el candidato saldrá del resultado de una encuesta.
—¿Encuesta? —pregunta la comentocracia—. ¿Cuál encuesta? Aquí solo uno es el que decide.
—No —responde el operador del partido—. Aquí no hay un dedo sino millones de ellos. Será el dedo de los encuestados el que decida.
Empiezan las máquinas a trabajar. A las redacciones de la comentocracia empiezan a llegar las filtraciones.

La carrera es entre dos, dicen.
No, hay un tercero, dicen.
Son dos: la amiga cercana y el aliado estratégico, dicen.
Son tres: la amiga cercana, el aliado estratégico y el operador del partido, dicen.
¿El operador del partido? Ese va de relleno, dicen. No le alcanza, dicen.
—¿Quién hará la encuesta? ¿A quién van a encuestar? ¿Qué van a preguntar? —cuestiona la comentocracia.
—Eso es un secreto —contesta el operador del partido—. No queremos que las fuerzas ajenas al partido influyan en los resultados.
Al llegar la encuesta son cuatro: la amiga cercana, el aliado estratégico, el operador del partido y un huérfanito enano.
—Ganó la amiga cercana —anuncia el operador del partido—. Yo quedé en segundo y el aliado estratégico en tercero.
El operador del partido le levanta la mano a la amiga cercana. Anuncia que será senador.
El huerfanito enano se cuela en la foto. Hace un anuncio del que nadie se acuerda. Regresa a la oscuridad de su curul.
Ambos continuarán en la Lucha.

El aliado estratégico no. Él dice que no.
No levanta la mano a la amiga cercana.
No sale en la foto.
No acepta ser senador de consolación.
Él dice que tiene otros datos. Que todas las encuestas lo ponían arriba. Que lo dejen ver. Que se repita.
—Hay que saber perder sin berrinches —le dice amiga cercana en público.
—No je trata del poder por el poder —le dice Mesías en público.
El rompimiento es inminente.
En las casas de enfrente se frotan las manos.
Han hecho un Frente para hacer frente al Mesías.

Sin ésta plaza no puede ser Presidente —dice la comentocracia—. Es un error perder al aliado estratégico. Si lo recoge otro partido, la Capital será suya.
El Frente escucha.
El Frente debate.
Recibir al aliado estratégico rompe los equilibrios pactados.
—Romper para construir —dice uno.
—Dividir para unir —dice otro.
—Todo eso está muy bien —dice ella— pero, ¿y yo? Habíamos quedado que yo sería la candidata del Frente a la Capital y que tu serías el candidato a la Presidencia.
Discuten. Gritos. Sombrerazos. Insultos. Lagrimas. Acuerdos. El aliado estratégico va. Es la mejor opción.

El Frente y el aliado estratégico llaman a la comentocracia. Anuncian que juntos combatirán a la amiga cercana.
No mencionan al Mesías.
Comienzan las campañas.
Los candidatos se dan con todo. Se avientan lodo, caca también.
Los ciudadanos los escuchan hasta hartarse. Después de hartarse, los tiempos oficiales en radio y televisión los obligan a escucharlos un rato más.

Llega el día de la elección.
Los que votan, votan. Los que no, no.
Se cuentan los votos.
El aliado estratégico, al frente del Frente gana la Capital.
El Mesías gana la Presidencia.
Todos los que votaron por el aliado estratégico votaron también por el Mesías.
Casi todos los que votaron por el Mesías votaron también por el aliado estratégico.
Así estaba pactado. Así lo discutieron ese día, junto a esa mesa, en esa conversación en la Capital.
La amiga cercana era el señuelo.
Era la única forma de hacerse de los votos del Frente. Era el camino para allanar el camino al Mesías en su bastión electoral.
—En ejta fila jigues tu, Ricardo.
—Lo sé, Andrés. Lo sé. Estoy listo.

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