Héctor Aguilar Camín tuvo manos de profeta. En la novela “Morir en el Golfo”, dio a luz al personaje Lázaro Pizarro, un líder que en la novela hacía las veces de Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, el antiguo dueño del sindicato petrolero.
Pizarro se forjó en Veracruz, estado petrolero del trópico. Forjó, tiempo pasado de la acción de dar forma al metal a golpe de martillo y fuerza de calor. Perdió dos dedos en un torno. Perdió a su esposa e hijo en el parto porque no tuvo dinero para llevarlos al hospital. Salió del infierno a golpes, vengando a su esposa, destruyendo a sus adversarios.
Pizarro se hizo el amo de su mundo, un mundo que él controlaba a plenitud.
Reparte trabajo. Consigue becas. Ayuda con trámites. Financia máquinas de escribir y de coser para rifas. Consigue pensiones alimenticias. Fondea huelgas. Su mano es besada por un par de indígenas de Zongolica. Se levanta temprano.
El retrato del Tata Cárdenas en todas sus oficinas en plan de inspiración y santo patrono.
“La lealtad es lo primero en la vida”, le dice a uno de sus chalanes al que le consiguió la presidencia municipal de Poza Rica y diez millones de pesos para pavimentar las calles.
Pizarro construyó su propio tren que recorre la selva veracruzana. Ese tren da servicio a la Mesopotamia, el complejo agrícola que levantó para la soberanía alimentaria del sindicato.
Él avanza la revolución socialista, piensa apoderarse del capital, de las fábricas, de la producción; todo por la vía pacífica, desbancando a los extranjeros y a los empresarios con sus precios de garantía y productos subsidiados.
Pizarro no tiene propiedades ni dinero propio, no le interesan.
Lo que le interesa es el poder.
“No saben lo que es la necesidad del poder, la necesidad de poner cada día, cada hora del día, cada minuto de cada hora todos los huevos en la canasta porque en cada jugada es ganar o morir.”
Ese enunciado es la filosofía de vida de Lázaro Pizarro. También podría ser la de Andres Manuel López Obrador.
La presidencia de López es la llegada al poder de Pizarro.
“Romper para crear”, lema preferido y modelo de acción de Pizarro es también el de la Cuarta Restauración.
Éste régimen está convencido de la necesidad de destruir para poder construir.
Canceló el aeropuerto.
Está derogando la reforma educativa.
La confrontación entre el “Pueblo Bueno” y los “Fifis Conservadores” están erosionando la unidad nacional.
Desmanteló el Estado Mayor.
Los “Super-delegados” son un atentado contra el Federalismo.
Despidió a los trabajadores técnicos del SAT.
Llenó a la Comisión Reguladora de Energía de incompetentes.
La COFEPRIS va a convertirse en un área de la Secretaría de Salud.
Ha dejado sin presupuesto al INEGI.
En tres años, cuatro de los cinco miembros de la junta de gobierno del Banco de México habrán sido nombrados por él y adiós autonomía.
El avión presidencial está convirtiéndose en chatarra por capricho.
Dejó los Pinos.
El Tren Maya arrasará con la selva Lacandona.
La distribución de gasolina.
La generación de electricidad.
La Fiscalía General es encabezada por su Fiscal Carnal.
El INE está constantemente bajo ataque.
El Seguro Popular fue desfondado.
Las estancias infantiles canceladas.
La Corte con dos ministros incondicionales y ahora quiere sumarle cinco más.
La democracia disminuida por la revocación de mandato.
Lo que se acumule ésta semana.
No por nada López ha llamado a su Presidencia la Cuarta Transformación de la vida nacional.
En su narrativa, las primeras tres destruyeron lo que había antes de ellas y dieron forma a un México diferente y mejor: la Independencia rompió el yugo de España y nos hizo libres, la Reforma separó la Iglesia del Estado y nos hizo soberanos, la Revolución rompió con el Porfiriato y nos dio reparto agrario, soberanía de la tierra, fin a las tiendas de raya y la explotación campesina.
Así, igual, sobre los escombros del neo-liberalismo, bajo la guía de la Honestidad Valiente se levantará la República Amorosa del Cambio Verdadero en la que Juntos Haremos Historia. México será un lugar en el que, por el bien de todos, siempre serán Primero los Pobres, una Mesopotamia, como la de Pizarro, que abarcará al país entero.
Pero, ¿y después de López?
Las instituciones que con tanto esfuerzo construimos durante estos 30 años tienen su razón de ser.
Nos protegen de un Tlatoani no tan sabio, no tan misericordioso, no tan santo.
La Presidencia de López es la llegada al poder de Lázaro Pizarro, con sus filias, fobias, y estilos. Es una presidencia en la que las líneas de la realidad y la ficción política se van borrando.
Los excesos y ocurrencias de nuestros autocrátas han sido siempre el freno a nuestra prosperidad y desarrollo. Por eso hemos batallado desde siempre para limitar el poder de nuestros caudillos, por eso levantamos las barreras que hoy el Presidente ha decidido derrumbar.
¿Y cuando ya no esté él, quién o qué podrá defendernos?
Como siempre, muy atinado……. que miedo!!!!