–Buenos días, señor Gonzalez. Soy Próculo Gorraez, del INEGI para el Censo del Bienestar. ¿Se acuerda de mi?
–Buenos días. Si, si me acuerdo –dices, limpiado las lagañas de tus ojos, tratando de tapar un bostezo–. Vino usted hace dos años, ¿no?
–Así es, don. Yo lo censé hace dos años. Ya toca de nuevo. ¿Puedo pasar?
No espera la respuesta. Ya está adentro de tu casa, con una tabla de clip y pluma en mano. La pluma es una Montblanc.
–¿Le parece si empezamos por la cocina y así me invita un café, don? –te dice.
Te encoges de hombros. Lo conduces a la cocina. Te dispones a preparar el café. Sacas el instantáneo de la alacena.
–¿Qué pasó, don? Hace dos años que vine estaba usted tomando el suyo y me sirvió del otro, del bueno. De ese que venía en grano y ponía usted en un como colador y le apretaba. ¿Cómo se llama eso?
–Prensa francesa.
–Eso, prensa francesa.
Tomas el café en grano para prepararle uno. Lo estabas guardando para la próxima semana que era tu aniversario e ibas a servirle café a tu esposa en la cama, pero …
Mientras lo preparas, él toma asiento en la mesa y consulta el expediente que lleva. Sus ojos dan una vuelta. Consulta un poco más.
–Veo que tiene una maquina lavaplatos. Esa no estaba la vez pasada.
Miras la lavaplatos.
–¿Para qué la quiere? Dice aquí que tiene una trabajadora doméstica. ¿Ella no lava bien o qué?
–No tenemos trabajadora doméstica desde hace año y medio –le dices. Le entregas su café.
–¿Cómo? ¿Cerrando y cancelando fuentes de trabajo? Muy mal.
Hace un apunte en sus papeles.
–Entonces aquí ya solo viven su esposa, su hijo, su hija y usted. ¿Correcto?
–Y mi suegra. Mi suegra vive ahora con nosotros.
–Ah, ya. Justo le iba a decir que se me hacía mucho una mesa de seis personas si solo eran ustedes cuatro, pero si su suegra vive aquí, pues, bueno, supongo que apretarse cinco en una mesa de cuatro ha de ser mucho sacrificio. Yo sé que ustedes no están acostumbrados a estrecheces.
–Estrecheces –repites.
–Muy listo de su parte traérsela a vivir aquí. Voy a hacer una nota para que mis compañeros del SAT tomen en cuenta la pensión de adultos mayores como parte del ingreso familiar.
Hace el apunte.
–Oiga, me acuerdo que usted tenía dos coches. Solo vi uno afuera.
–El otro lo vendimos.
–No tengo registro del cheque o la transferencia.
–Lo vendimos en efectivo.
–¿Pagó usted el impuesto?
Le muestras la mano izquierda. Le faltan el meñique y el anular.
–Ah, ya entiendo. Bueno, pero igual tenía usted que pagar el impuesto. Fue un ingreso y bueno, pues, ¿qué le digo? Lo lamento. Le sugiero que haga una declaración complementaria.
Salen de la cocina. Toma nota de los muebles en la estancia.
Tu esposa y tus hijos salen para irse a la escuela. Besan tu mejilla. Se despiden. Él también se despide de ellos y los ve salir apurados.
–¿Es cara la colegiatura de la nueva escuela?
–¿Nueva escuela?
–Si. Sus hijos llevan el uniforme de una escuela distinta de la que iban hace dos años.
–Los tuvimos que cambiar porque ya no alcanzaba para la otra.
—Veo que usted es de los que prefiere pagar en vez de que sus hijos reciban la educación de calidad que imparte el Estado, pero esa es su decisión. ¿Quién soy yo para decirle nada? ¿Y? ¿Es cara?
–No, no mucho. Está en mi declaración de impuestos, las deducciones –le dices.
–Mhm. Deducciones –dice y apunta.
–Oiga, se aburre fácil el niño, ¿verdad?
–No entiendo.
–Si. Ahí junto a la consola conectada a la televisión veo cinco videojuegos diferentes. Se ha de aburrir fácil con uno o dos. Lo entiendo. El mío es igual, pero yo soy más estricto con mi chiquillo.
Toma nota de la televisión, la consola, el equipo de sonido.
Revisa que las botellas de alcohol tengan el sello del SAT.
–Compañero, ¿le puedo dar un consejo?
Tu asientes con la cabeza.
–No debería dejar que su hija adopte desde niña actitudes fifis, conservadoras. Eso no le va a hacer bien en éste país. ¿Me entiende? Se lo digo de amigos.
–No entiendo.
–Si. ¿Qué es eso de tener a sus muñecas sentadas a la mesa con un juego de té? Le está haciendo usted un daño a la niña. La tiene que educar para vivir de acuerdo a nuestros usos y costumbres. Y luego, las muñecas güeras esas –dice, haciendo un gesto de asco con la boca.
–Gracias por el consejo.
Llegan a tu recamara. Mira en tu armario.
–¿Cómo? ¿Tiene usted más de un par de zapatos y tres trajes? ¿No cree que es mucho lujo? ¿No escuchó al presidente? Estos son otros tiempos. Lo mismo los zapatos y vestidos de su señora. De verdad que a ustedes los ricos les gusta despilfarrar, me cae. Y luego pura ropa de marca. Si la declaró y pagó impuestos en aduana, ¿verdad?
–La compramos aquí.
–Ah, no parece. Bueno, yo no sabría decirle. No voy a esas tiendas.
Te encoges de hombros.
–Bueno, creo que es todo –te dice–. ¿Vamos a hacerle como vez pasada? Le aviso de una vez que mi cuota ya subió. Ya sabe, la inflación está difícil y se viene Navidad y luego la cuesta de enero.
–Estamos en septiembre –le dices.
–Bueno, usted diga.
Le pagas lo que pide. Es la cuota para que ponga lo que vio y no lo que podría poner. Podría poner que tienes tres coches, un Tamayo en la pared, muebles italianos, ropa de diseñador. Podría poner lo que quiera y esa sería la verdad oficial y la base de tu declaración de impuestos.
También podría avisarle a sus socios, los mismos que te llevaron de paseo la última vez.
Mejor pagar.