El SAT en tu casa, tomando fotos.

Hace 4 meses Ramìrez Cuellar, presidente interino de Morena, propuso que los muchachos del INEGI deberían entrar a nuestras casas, ver cómo vivíamos y levantar un censo sobre la riqueza o pobreza de cada persona.

En ese entonces el punto quedó en una idea del ex-líder del Barzón y ex-pareja de Betty, nuestra no-Primera Dama.

…o eso creíamos.

Resulta que la Cuarta Restauración no descansa en su sueño húmedo autoritario y no serán los muchachos del INEGI quienes entren a tu casa. No, no, no. Esa jugada de grandes ligas será ejecutada por el SAT.

En el paquete económico para el 2021 que el gobierno federal mandó al Congreso hay una reforma al artículo 45 del Código Fiscal que permite a los auditores del SAT entrar al domicilio del contribuyente y fotografiar o videograbar todo lo que ahí vean.

Y tu estás obligado a permitirlo.

No es que antes no pudieran entrar los auditores, sino que ahora pueden tomar fotos y video, aunque, claro, están obligados al secreto fiscal y a la confidencialidad.

Si. Aha. Ya sabemos cómo funciona eso en nuestro país en el que se filtran hasta las listas del INE.

Los defensores del proyecto dirán que solo entrarán a los domicilios fiscales de las empresas, pero pierden de vista que las personas físicas somos contribuyentes y que según la ley, nuestro domicilio es dónde vivimos.

Así que prepárate para tener los ojos del gobierno y de todos sus compinches en casa.

Sobre el tema publiqué el Censo de la Miseria en el Prietito. Ahora lo reproduzco con algunos cambios para que te des una idea de cómo será tener al auditor del SAT tomando fotos de tu casa y lo que hay en ella.

–Buenos días, señor Gonzalez. Soy Próculo Gorraez, del SAT para su auditoría fiscal. ¿Se acuerda de mi?

–Buenos días. Si, si me acuerdo –dices, limpiado las lagañas de tus ojos, tratando de tapar un bostezo–. Vino usted hace dos años, ¿no?

–Así es, don. Yo lo audité hace dos años. Ya toca de nuevo. ¿Puedo pasar?

No espera la respuesta. Ya está adentro de tu casa, con iPad en mano.

–¿Le parece si empezamos por la cocina y así me invita un café, don? –te dice.

Te encoges de hombros. Lo conduces a la cocina. Te dispones a preparar el café. Sacas el instantáneo de la alacena.

–¿Qué pasó, don? Hace dos años que vine estaba usted tomando el suyo y me sirvió del otro, del bueno. De ese que venía en grano y ponía usted en un como colador y le apretaba. ¿Cómo se llama eso?

–Prensa francesa.

–Eso, prensa francesa.

Tomas el café en grano para prepararle uno. Lo estabas guardando para la próxima semana que era tu aniversario e ibas a servirle café a tu esposa en la cama, pero …

Mientras lo preparas, él toma asiento en la mesa y consulta las fotos que tomó en su visita anterior. Sus ojos dan una vuelta. Consulta un poco más.

–Veo que tiene una maquina lavaplatos. Esa no estaba la vez pasada.

Miras la lavaplatos.

–¿Para qué la quiere? Dice aquí que tiene una trabajadora doméstica. ¿Ella no lava bien o qué?

–No tenemos trabajadora doméstica desde hace año y medio –le dices. Le entregas su café.

–¿Cómo? ¿Cerrando y cancelando fuentes de trabajo? Muy mal.
Hace un apunte en el iPad.

–Entonces aquí ya solo viven su esposa, su hijo, su hija y usted. ¿Correcto?

–Y mi suegra. Mi suegra vive ahora con nosotros.

–Ah, ya. Justo le iba a decir que se me hacía mucho una mesa de seis personas si solo eran ustedes cuatro, pero si su suegra vive aquí, pues, bueno, supongo que apretarse cinco en una mesa de cuatro ha de ser mucho sacrificio. Yo sé que ustedes no están acostumbrados a estrecheces.

–Estrecheces –repites.

–Muy listo de su parte traérsela a vivir aquí. Voy a hacer una nota para revisar si declaró la pensión de adultos mayores como parte del ingreso familiar.

—La declaré.

Hace el apunte de todas formas.

–Oiga, me acuerdo que usted tenía dos coches. Solo vi uno afuera.

–El otro lo vendimos.

–No tengo registro del cheque o la transferencia.

–Lo vendimos en efectivo.

–¿Pagó usted el impuesto?

Le muestras la mano izquierda. Le faltan el meñique y el anular.

–Ah, ya entiendo. Bueno, pero igual tenía usted que pagar el impuesto. Fue un ingreso y bueno, pues, ¿qué le digo? Lo lamento. Le sugiero que haga una declaración complementaria.

Salen de la cocina. Toma fotos de los muebles en la estancia.

Tu esposa y tus hijos salen para irse a la escuela. Besan tu mejilla. Se despiden.

—Sonrían para la foto —les dice. No sonríen pero igual toma la foto y los ve salir apurados.

–¿Es cara la colegiatura de la nueva escuela?

–¿Nueva escuela?

–Si. Sus hijos llevan el uniforme de una escuela distinta de la que iban hace dos años.

–Los tuvimos que cambiar porque ya no alcanzaba para la otra.

—Veo que usted es de los que prefiere pagar en vez de que sus hijos reciban la educación de calidad que imparte el Estado, pero esa es su decisión. ¿Quién soy yo para decirle nada? ¿Y? ¿Es cara?

–No, no mucho. Está en mi declaración de impuestos, las deducciones –le dices.

–Mhm. Deducciones –dice y apunta.

–Oiga, se aburre fácil el niño, ¿verdad?

–No entiendo.

–Si. Ahí junto a la consola conectada a la televisión veo cinco videojuegos diferentes. Se ha de aburrir fácil con uno o dos. Lo entiendo. El mío es igual, pero yo soy más estricto con mi chiquillo.

Toma fotos de la televisión, la consola, el equipo de sonido.

Revisa que las botellas de alcohol tengan el sello del SAT.

–Compañero, ¿le puedo dar un consejo?

Tu asientes con la cabeza.

–No debería dejar que su hija adopte desde niña actitudes fifis, conservadoras. Eso no le va a hacer bien en éste país. ¿Me entiende? Se lo digo de amigos.

–No entiendo.

–Si. ¿Qué es eso de tener a sus muñecas sentadas a la mesa con un juego de té? Le está haciendo usted un daño a la niña. La tiene que educar para vivir de acuerdo a nuestros usos y costumbres. Y luego, las muñecas güeras esas –dice, haciendo un gesto de asco con la boca.

–Gracias por el consejo.

Llegan a tu recamara. Mira en tu armario.

–¿Cómo? ¿Tiene usted más de un par de zapatos y tres trajes? ¿No cree que es mucho lujo? ¿No escuchó al presidente? Estos son otros tiempos. Lo mismo los zapatos y vestidos de su señora. De verdad que a ustedes los ricos les gusta despilfarrar, me cae. Y luego pura ropa de marca. Si la declaró y pagó impuestos en aduana, ¿verdad?

–La compramos aquí.

–Ah, no parece. Bueno, yo no sabría decirle. No voy a esas tiendas.

Te encoges de hombros.

–Bueno, creo que es todo –te dice–. ¿Vamos a hacerle como vez pasada? Le aviso de una vez que mi cuota ya subió. Ya sabe, la inflación está difícil y se viene Navidad y luego la cuesta de enero.

–Estamos en septiembre –le dices.

–Bueno, usted diga.

Le pagas lo que pide. Es la cuota para que ponga lo que vio y no lo que podría poner. Podría poner que tienes tres coches, un Tamayo en la pared, muebles italianos, ropa de diseñador. Podría poner las fotos que tomó en otra casa o de internet, podría poner lo que quiera y esa sería la verdad oficial y la base de tu declaración de impuestos.

También podría avisarle a sus socios, los mismos que te llevaron de paseo la última vez.

Mejor pagar.

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Published by Alberto Mansur

For over 20 years he was a lawyer advising corporations, human rights and humanitarian aid non-profits, and foreign clandestine services. Only the Dead Know Peace is his debut novel for the English-speaking market. His first novel, LO QUE MATA NO ES LA BALA, was published in Mexico and named noir book of the year. He leads the US west coast chapter of a global humanitarian aid and disaster relief non-profit. He lives and surfs in California.

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